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«Hay dos cosas que son indispensables para la vida del cristiano: un conocimiento claro del deber y una práctica consciente del mismo correspondiente a su conocimiento. Así como no podemos tener una esperanza bien fundada de la salvación eterna sin la obediencia, tampoco podemos tener una regla segura de la obediencia sin el conocimiento. Aunque puede haber conocimiento sin práctica, no es posible que haya práctica de la voluntad de Dios sin conocimiento. Y, por lo tanto, para que seamos informados de lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, al Gobernante y Juez de toda la tierra le ha agradado prescribirnos leyes para regular nuestras acciones. Cuando habíamos desfigurado miserablemente la Ley de la naturaleza originalmente escrita en nuestro corazón de modo que muchos de sus mandamientos ya no eran legibles, le pareció bien al Señor transcribir esa Ley en las Escrituras, y en los Diez Mandamientos tenemos un resumen de los mismos.»
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